Queremos un país serio… pero que no sea tan estricto

Una reflexión sobre la contradicción cotidiana del dominicano que exige orden, pero pide excepciones. Este artículo desmonta con ironía y verdad la costumbre de querer un país serio, siempre y cuando no nos incomode. ¿Podemos cambiar si no estamos dispuestos a sacrificarnos un poco? La respuesta empieza por mirarnos al espejo.

POLITICA Y SOCIEDAD

Ing. Andres Nova

4/17/20252 min read

Respete La Ley
Respete La Ley

Queremos un país serio… pero que no sea tan estricto

Hay una frase que se repite con fervor casi religioso en cada rincón del país: “Esto tiene que cambiar”. La dice el motoconchista en la esquina, el empresario en su oficina con aire, la doña frente al televisor viendo el noticiario. Todos queremos un país serio. Un país donde se respete la ley, donde los funcionarios rindan cuentas, donde la educación sea de calidad, y el semáforo no sea un adorno. Eso decimos.

Pero basta que ese país comience a parecerse un poco a ese ideal, para que muchos digan: “Bueno, tampoco así”.

Queremos orden, sí, pero que no nos quiten el parqueo frente al colmado. Queremos honestidad, pero si un primo consigue una plaza “por la izquierda”, mejor no hacer muchas preguntas. Queremos un sistema que funcione, pero que tenga espacio para “resolver”. Y es que en el fondo, nos hemos acostumbrado tanto a vivir entre atajos, que el camino recto nos parece una exageración.

La doble moral criolla no siempre viene disfrazada de maldad. A veces se disfraza de costumbre. Y otras, de necesidad. Es esa vocecita que dice: “No soy yo, es el sistema”. Pero un sistema no se alimenta solo: lo sostenemos nosotros, con cada pequeña incoherencia diaria. Cuando tiramos basura desde el carro, pero exigimos limpieza municipal. Cuando criticamos al corrupto, pero nos sentimos vivos si logramos burlar al Estado en una declaración jurada. Cuando queremos seguridad, pero compramos un revólver sin papeles “por si acaso”.

Hace poco, una joven comentó en redes que le pusieron una multa por parquearse mal y decía, medio en broma: “¿Y es que ya uno no puede ni vivir?”. La respuesta de un usuario fue una joya: “Claro que sí. Puedes vivir, pero como ciudadano, no como tigre”.

Ese es, quizás, el mayor reto de nuestra sociedad: entender que vivir en un país serio implica responsabilidades. Implica que la ley se cumpla… incluso cuando no nos conviene. Que los procesos sean justos… aunque no sean rápidos. Que no haya privilegios… ni siquiera para nosotros.

Y ojo: esto no es una condena al dominicano. Todo lo contrario. Somos creativos, generosos, con una dignidad que sobrevive incluso en la escasez. Pero también debemos ser honestos con nosotros mismos. El cambio que pedimos no llegará si no lo practicamos en lo cotidiano: en la forma en que manejamos, en cómo tratamos al otro, en cómo usamos el poder por pequeño que sea.

Un país serio no es un país amargado. Es un país donde las reglas se cumplen para que todos podamos vivir mejor. No para fastidiar, sino para garantizar. No para castigar, sino para construir confianza. Y si de algo estamos hambrientos los dominicanos, es de confiar.

Así que sí, queremos un país serio. Pero el serio de verdad. No el que se pone corbata para las fotos y trampa para los negocios. No el que exige sin dar, ni el que castiga abajo pero negocia arriba.

Un país serio empieza con ciudadanos serios. Y eso, aunque suene exigente, es lo más justo que podemos aspirar a ser.