El espejo roto del periodismo: carta a un señor que se desdijo En relación con el artículo “De bulto en más bulto”, publicado por Aníbal de Castro en Diario Libre Por Andrés Nova
En esta columna, el ingeniero y pensador libre Andrés Nova responde con altura y contundencia al artículo “De bulto en más bulto” publicado en Diario Libre por el veterano periodista Aníbal de Castro. Lejos de la confrontación vulgar, Nova ofrece una reflexión crítica sobre el uso del periodismo de opinión como instrumento de deslegitimación personal, y cuestiona cómo quienes han enarbolado por décadas la bandera de la ética y el rigor periodístico, hoy caen en la trampa del sarcasmo fácil y la emboscada literaria. Esta carta abierta se convierte en un llamado a la conciencia de la prensa nacional: a no traicionar su vocación de verdad, a no disfrazar vendettas de comentarios, y a no reducir al ridículo lo que debe ser analizado con profundidad. Un artículo que, sin levantar la voz, hace temblar el suelo de quienes han olvidado que la palabra, cuando no se usa con justicia, pierde toda legitimidad.
ERRORES ILUSTRADOS
Ing. Andres Nova
5/5/20243 min read
El espejo roto del periodismo: carta a un señor que se desdijo
En relación con el artículo “De bulto en más bulto”, publicado por Aníbal de Castro en Diario Libre
Por Andrés Nova
"Es más fácil escribir con estilo que con honestidad."
Y sin embargo, cuando ambas se funden, nace el periodismo verdadero. Cuando se divorcian, queda sólo el espectáculo: frases lustrosas que disfrazan juicios, metáforas que encubren intereses, columnas que simulan opinión mientras ejecutan condenas cuidadosamente maquilladas.
La reciente entrega del señor Aníbal de Castro en Diario Libre, titulada “De bulto en más bulto”, es una muestra paradigmática de esa ruptura. Se presenta como una crítica al caos del tránsito nacional, pero pronto muta en una pieza de demolición personal. No es la política pública lo que se juzga, sino el hombre. No son los datos, sino el tono. No es la institución, sino la figura que la dirige.
Y ese hombre —el actual director del Intrant— parece tener un defecto imperdonable: hacer. Hablar. Estar. Atreverse. En una sociedad donde muchos encuentran refugio en el mutismo prudente y el letargo institucional, quien se atreve a moverse, a articular, a responder, suele convertirse en blanco fácil de quienes confunden el escepticismo con superioridad moral.
Hay algo de ensañamiento en el acto de desfigurar a quien ha optado por la acción, no por el acomodo. Se le acusa de “bultero mayor”, se ridiculizan sus medidas, se caricaturiza su intento de ordenar lo inordenable. Y luego, con broche de oro, se le despide con una frase que haría sonrojar a cualquier comentarista con conciencia: “En un país de tontos, quien más se empeña en no parecerlo termina siendo el tonto peor.”
Uno esperaría otra altura de quien ha representado al país en grandes capitales del mundo, y ha dirigido con prestigio una de las principales redacciones del país. Pero lo cierto es que esta columna no se escribió desde la lucidez de la crítica constructiva, sino desde la sombra de la intención: deslegitimar, reducir, someter al juicio fácil del lector lo que no se desea comprender.
Aníbal de Castro ha sido muchas cosas. Fue periodista de principios cuando cuestionaba la desnacionalización masiva de ciudadanos vulnerables. Años más tarde, como embajador, justificaba esa misma política ante medios internacionales. Fue defensor del decoro en la opinión pública, y hoy firma columnas que se regodean en el epíteto y la zancadilla disfrazada de sarcasmo. La coherencia ha sido, quizás, el único invitado ausente en su largo y brillante recorrido.
Pero esta vez no sólo escribe como columnista: lo hace como presidente del Grupo Diario Libre. La línea editorial, por tanto, le pertenece. Y si esa línea escoge reiteradamente a un funcionario como blanco de columnas, insinuaciones y sarcasmos, es legítimo preguntar: ¿es esto una crítica o una campaña?
No se trata aquí de canonizar a nadie. Todos los funcionarios son, y deben ser, sujetos de crítica. Pero el deber de la crítica es el rigor, no la saña; el análisis, no la burla. El Intrant no es una institución perfecta. Pero no se le evalúa con cifras, ni con informes, ni con indicadores de reducción de accidentes. Se le evalúa —o mejor dicho, se le sentencia— con adjetivos. Se le juzga por presencia, no por balance. Por hablar, no por fallar.
Y quizás esa es la verdadera falta que no se le perdona al actual director: haber optado por la autonomía. No arrastrar su nombre a las coyunturas del momento. No ser útil a intereses particulares. Y, sobre todo, no haber supeditado su estructura política a ninguna fuerza emergente que, desde dentro o fuera del poder, desea consolidarse en silencio.
La prensa no debería prestarse a ajustar cuentas de nadie. Mucho menos cuando se trata de medios con el alcance, la historia y la influencia de Diario Libre. Cuando el periodismo de opinión pierde el equilibrio, deja de servir a la democracia y empieza a servir a causas que no siempre se confiesan. Y cuando el sarcasmo sustituye al argumento, no estamos ante libertad de expresión, sino ante libertad de demolición.
Los grandes periodistas —los verdaderamente grandes— no necesitaban insultar para ser incisivos. No requerían desfigurar a nadie para iluminar un problema. No se escudaban en la ironía para disfrazar una agenda. El lector merece columnas que piensen, no que ridiculicen. Que expliquen, no que caricaturicen. Que cuestionen, sí, pero con el coraje de la frontalidad y la decencia del pensamiento.
En su última columna, el señor De Castro no escribe desde la razón crítica, sino desde la puntería elegante. No busca esclarecer, sino aislar. No construye un argumento: fabrica una imagen. Pero el lector no es ingenuo. Y la historia —como siempre— terminará recordando no quién gritó más fuerte, sino quién dijo la verdad con más coraje y más dignidad.
Andrés Nova
Ingeniero y pensador libre

